Odio los relojes. Odio ese
maldito tic-tac que me roba mis sueños y decide cuando devolvérmelos. Él es el
culpable de que siempre me tengan que esperar, o de que yo siempre llegue
tarde. Contabiliza mis días como si de frívolo dinero se tratasen. Ladrón de
guante blanco de mis mejores momentos, auxilio deseado de los peores. Tiempo,
tan bendito como maldito al mismo tiempo. ******, tiempo, todo depende de él,
todos dependemos de él, y si no, tiempo al tiempo. Intentas aprovecharlo al
máximo, llegar a todo para al final no llegar a nada, siempre falta, nunca es
suficiente, siempre vas a contra reloj. Reloj que me negué a llevar casi tanto
tiempo como el que me negué a necesitar un café para activar mi despertar, pero
caí, como la mayoría, por no decir todos. Reloj que necesito ver en mi muñeca,
aunque eso sí, siempre debe ir mis 3 minutos adelantado. Supongo, que es mi
humilde y estúpida manera de engañarme pensando que mis días están regidos por
mí, que yo controlo mi tiempo, que vivir en un adelanto de mi número de la
suerte me hace especial. Y llega un día en el que te sientes libre, libre,
¡libre! Para poder invertir tu tiempo en perderlo, y te sientes rara, inútil,
sabes que te arrepentirás pero quieres no hacer nada. Dormir mil horas para
levantarte más cansada, respirar como si terminaras de nacer, mirar por la
ventana para analizar el caminar de aquellas almas vagantes, comer tan lento
que la comida se quede fría antes de haber terminado. Es increíble el tiempo,
nunca sabes cómo regularlo, cómo administrarlo, cómo disfrutarlo sin que se
agote demasiado pronto; cuando me parece que tengo todo el del mundo ya se ha
ido y descubro todo lo que he dejado atrás sin ni siquiera darme cuenta. Y es
que, el tiempo, tan engañoso como el amor, cuando no lo tienes lo echas de
menos y cuando está, lo echas de más. Curioso parecido el del tiempo con el amor.
¡Disfruta tu momento amor-odio!
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