Hoy me siento pequeña, menuda, diminuta. Viajes de seis
horas que pasan al tiempo que tu mejor sonrisa se va recreando. Viajes que se harían eternos si la espera no
fuera a merecer la pena, nada más lejos de la realidad.
Hoy me siento pequeña, me encojo como mi viejo jersey de
búhos a 40º en la lavadora, me resbalo como esa gota por mi empañada ventana en
un día de lluvia, dejo de verme como aquel globo que cuando era pequeña se
soltó de mi mano.
Hoy me siento pequeña, hoy y mañana, y pasado, y al otro, me
siento pequeña frente a tanta enormidad.
La enormidad pintada de sonrisas, vestida de amor y rellena de valor;
las sonrisas de esas que delatan al más impostor corazón, el amor de ese que te
abraza al anochecer de la misma manera que lo hace al despertar, y el valor, el
valor de ese que siempre de frente te permite mirar.
Creo que no todos se pueden sentir tan pequeños como lo hago
yo, y eso, me enorgullece. Sentirme pequeña por conocer la enormidad, y de
alguna manera, por formar parte de ella. No necesito pensar en el universo, ni
en el tamaño del sol, ni en la velocidad de la luz, ni en la fuerza de la
gravedad, ni en los años de historia, ni siquiera en el agua del mar; me basta
con mirar alrededor para conocer la grandeza, la mayor luz, la mayor historia,
la sustancia que mejor sacia mi sed.
Es en ese momento, en ese momento en el que cuesta sonreír y
te responden con un: “cuéntame pequeña” cuando te das cuenta de lo pequeña que
eres y de lo grande que te creías.
Y que bien se está en
casa. ¡Disfruten su momento vacaciones!