jueves, 6 de marzo de 2014

momento nuboso, que no nublado.

Mira aquella nube y pregúntale dónde va. Ponle empeño, cierra los ojos, concéntrate, bracea, salta, grita; inténtalo incesantemente.

Siempre me gustaron las nubes, siento devoción por sus formas, su color, su aparente tranquilidad y reposo, su esponjosidad, su libertad, incluso su frescor.

Me gustaba imaginar las vidas de las personas como las nubes. Si a alguien le preguntas a dónde va, supongo que no importa lo que conteste, pues aunque no lo sepa, no está en sus manos, tiene que dejarse llevar, igual que ellas, igual que las nubes.

Hace tiempo tenía un amigo que también amaba las nubes, las estrellas; el cielo. Es de esas personas que miran hacia adelante siempre, que luchan por llegar a ellas, que le gustaría ser tan libre y confiado como esa nube que se deja en manos del viento y tan importante e imprescindible como aquella estrella que si un día se apaga, todos puedan percatarse. Imaginábamos ser nubes, la suya azul y la mía rosa, volaríamos juntos, uno al lado del otro, hasta que el viento nos llevara en direcciones diferentes, o hasta que en lluvia nos transformáramos, o hasta que la fusión de azul y rosa formara una bonita nube violeta. Soñábamos con sobrevolar todo el planeta tierra, transformarnos, evaporarnos y volver a condensarnos para reencontrarnos y contarnos todas nuestras experiencias vividas. Siempre intenté guardar en secreto todas aquellas conversaciones, me daba miedo parecer una incrédula niña que no tiene donde invertir su tiempo más que en fantasear sobre nubes y vidas; de las nubes era de algo que sabía poco, pero de vivir, ni siquiera sabía lo que era eso.

Años después, sigo mirando nubes, sigo mirándolas y comparándolas con todas las diferentes vidas que he podido conocer o quizá, a veces, inventar. Tengo una manía, no me gusta meterme en las vidas de los demás, ni siquiera hago preguntas entrometidas, pero siempre creí que tengo un don, inspiro esa confianza que le hace abrirse a la gente y que hace me sienta como un avión en un aprieto entre todas esas nubes, o entre una única nube gigante que me obstruye el paso y la visibilidad, que me hace centrarme solamente en ella aunque sea los pocos minutos o segundos que tarde en atravesarla. No me quejo por ello, me gusta conversar desde mi nube, siempre sin meterme en la otra y sin permitir que otras se metan en la mía. Pero a lo que vamos, mi manía va más allá, mi mayor manía consiste en observar el paso de las nubes a la vez que el de las personas. Cada día más, de mayor quiero ser pequeña, y no hay nada que me rejuvenezca más que tumbarme en el parque a llevar a cabo mis hazañas. Veo esas personas, y les pongo edad, intento ver en sus sonrisas si son felices, en sus ojos si tienen miedo, en su caminar si están seguros de sus vidas y en sus ropas si desbordan personalidad. Son las primeras singularidades que observo para intentar descubrir cuáles son sus nubes, qué nube se adaptaría a su vida en ese mismo momento.

A mi amigo le perdí el rastro, se fue lejos y ni volví a verlo, ni volví a poder contactar con él. A veces le recuerdo y me pregunto cómo le irá, pero ni siquiera creo que se acuerde de mí; supongo que su nube azul se esfumó y ya no quedan rastro de aquellas estúpidas manías que solemos tener y olvidar al crecer; solemos.


Mientras la vida a ritmo acelerado pasa, aquí hay una, que solo intenta recuperar sus aficiones de su feliz infancia. Os preguntaréis el por qué de mi extraña existencia, yo también lo hago a veces. Pues bien, las nubes, solo se pueden fusionar con las nubes, no importa el tamaño, no importa el color, no importa la forma…Pero una nube no se puede atrapar, no se puede poseer, debes dejarla libre o se esfumara entre tus dedos. Vaya infantilidad la mía, diría mi madre. De infantilidades está hecha la vida, y me niego rotundamente a crecer rodeada de esas nubes negras que enturbian los días y se preparan para las tormentas.




¡A coleccionar momentos de fin de semana se ha dicho!¡Gracias!





1 comentario:

  1. Hola.
    A mi hasta las nubes negras me gustan. No hay paisaje más bello que este. Se podría decir que el paisaje celeste actúa como detector de románticos. Así sucede que hay gente que nunca ha contemplado el cielo de la misma manera que nosotros... Qué cosas...
    Un abrazo
    Rubén

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